miércoles, 18 de febrero de 2009

Quinta de Sibelius por Karajan


Curiosamente, conocí a Jean Sibelius por medio de su Quinta Sinfonía y aunque tal vez no estaba preparado (por mis pocos años entonces y por lo poco que había escuchado en general de música), esta obra me atrajo inmediatamente, aun cuando parecía perderme por momentos. Nunca dejé de escuchar esta estupenda sinfonía y con el tiempo fui apreciando cada vez más sus cualidades y la genialidad de Sibelius para resolver las transiciones en el primer movimiento, su desarrollo y la magnífica y exultante coda... para no hablar del desarrollo del tercer movimiento y su final, épico y sorprendente al mismo tiempo.

Para celebrar su quincuagésimo cumpleaños, Sibelius estrenó esta sinfonía en 1915, primero dividida en los 4 movimientos habituales, pero algo le rondaba en la cabeza al músico con ese increíble movimiento inicial, así que revisó su partitura, presentándola en su forma definitiva en 1919, con 3 movimientos, uniendo el primero y el scherzo. Claro, con Sibelius no podemos limitarnos al término "unió", pues este hombre tenía un talento increíble para compenetrar los materiales temáticos con los que trabajaba. Para cualquier oyente que no sepa lo anterior es imposible reparar en que se trata de dos fragmentos que inicialmente estaban separados. Como siempre en las obras de Sibelius, la música surge tan naturalmente que no nos damos cuenta en que momento pasamos a ese misterioso scherzo... que de nuevo nos lleva al material temático inicial hasta desembocar en esa genial coda que ya se refirió.

En cuanto a interpretaciones, he escuchado varias, siempre buscando "la" versión: Maazel con los vieneses me presentó esta obra en su excelente registro para la London, después Celibidache tiene también una muy buena interpretación, así como otros directores y orquestas. Sin desmerecer estos logros, hace unos años me topé con Karajan y los Berliner Philharmoniker y quedé sencillamente maravillado. Es ésta una de las ocasiones en que Karajan se supera a sí mismo, baja de ese podio inmenso que se inventó para ser "Der Gott" y nos regala una muestra del arte en su estado más puro.

Espero que disfruten esta bellísima música.
Sibelius. Sinfonía No. 5 en si bemol mayor, op. 82:

viernes, 13 de febrero de 2009

El Brahms de Giulini


Me he referido ya al gran Carlo María Giulini como intérprete de la música de Johannes Brahms. En anteriores entregas pueden encontrar la Primera Sinfonía con los Wiener Philharmoniker y la Cuarta con la Chicago Symphony, ambas excelentes versiones de tales monumentos sinfónicos.

En esta ocasión es el turno de las sinfonías intermedias, la número 2 en re mayor op. 73 y la número 3 en fa mayor op. 90; del ciclo con la Filarmónica de Viena que grabó el maestro italiano hacia el final de su carrera.

Los tempos lentos, usuales en Giulini, son la característica de estas interpretaciones, pero también lo es la profundidad y detallismo en la exposición de la música, de un modo que causa en el oyente una total compenetración con el mensaje sonoro brahmsiano. No se trata sólo de que Giulini "vaya lento" (en cuyo caso podríamos compararlo con Celibidache cuando abordó el mismo repertorio), sino que es su particular estilo de resaltar los contracantos, abrir las melodías a todo su esplendor y belleza, así como darnos todos los detalles, lo que se impone. En ningún momento se pierde el interés ante tal impacto sonoro que consigue el director con esa maravillosa orquesta.


Para la Segunda Sinfonía de Brahms el estilo de Giulini es más que adecuado, sin tomarse prisas y mostrándonos con absoluta claridad el complejo entramado que existe en el primer movimiento, que sólo aparentemente es simple y "bonito". Tal vez para el Finale estaría mejor acelerar a la orquesta (como Karajan), pero en lugar de algún desborde, tenemos una brillantez controlada, con la alegría de este final mostrada con elegancia.


La única palabra que se puede utilizar para la interpretación de Giulini de la Sinfonía en fa mayor es... Poesía. La música es bordada por el director, con una belleza en grado sumo que nos ofrece una Filarmónica de Viena en estado de gracia. Atención con ese inicio del segundo movimiento... pocas veces unas maderas han sonado así, pocas veces estos temas brahmsianos han sido tan bellamente "cantados". El famoso Poco Allegretto (tan maltratado, tan venido a menos por el abuso del que ha sido objeto en arreglos y desarreglos, además de interpretaciones vacías) adquiere aquí todo su profundo significado por medio de ese lirismo nostálgico tan particular de Brahms. Uno casi puede sentirse transportado durante la mayor parte de esta obra... hasta que Giulini nos enfrenta a todo el poder desatado en el movimiento final. Escuchen esos metales oscuros y ominosos, esas cuerdas desenfrenadas, esas maderas casi chirriantes. Y de nuevo al final... poesía, poesía pura que nos regaló Brahms en un final tan inesperado y mágico para una sinfonía del romanticismo y que Giulini nos ofrece en tan conmovedora forma.

Disfruten:

lunes, 9 de febrero de 2009

Sinfonías Concertantes de Mozart


El género de la Sinfonía Concertante tuvo un período de vida relativamente corto, tal vez por su condición de híbrido entre la sinfonía y el concierto, heredero del concerto grosso barroco. Ya a principios del siglo XIX, con la aparición del movimiento romántico, la sinfonía concertante fue dejada de lado por los compositores, quienes se dedicarían de lleno a explorar y explotar las posibilidades de los más establecidos géneros, nacidos del crisol del Clasicismo. Sin embargo, pueden encontrarte obras con este modelo (aunque no se les denomine con el nombre de sinfonías concertantes), como el Triple Concierto de Beethoven y hasta el Doble Concierto de Brahms.

Wolfgang Amadeus Mozart se dedicó a este género con dos obras bien conocidas por el público. La Sinfonía Concertante para violín y viola, en mi bemol mayor, KV 364, compuesta en su natal Salzburg entre 1779 y 1880. Esta pieza combina todavía la elegancia del rococó con el más orginal sello mozartiano de lirismo emparentado con sus óperas. La belleza de esta composición es indiscutible.

En cuanto a la Sinfonía Concertante para oboe, clarinete, corno y fagot, en mi bemol mayor, KV 297b, se discute incluso que sea de autoría mozartiana. Aparentemente Mozart la compuso en París en 1788, incluyendo una flauta en vez del clarinete como uno de los solistas. La reconstrucción posterior (anónima), incluyó este cambio y desde entonces la obra se conoce de esta forma. Parece muy difícil que esta hermosa partitura no haya salido de la mano de Mozart, dada su belleza y calidad. Se aprecia esa mezcla de elegancia, serenidad y alegría tan típicas del genio de Salzburg.


Les dejo los enlaces para una muestra de estas dos obras, en interpretación del gran Karl Böhm y los Berliner Philharmoniker, con solitas como Thomas Brandis y Giusto Cappone, entre otros: