sábado, 15 de setiembre de 2007

La Novena de Mahler


En 1908 Mahler empezó la composición de la que sería su última sinfonía completa, la Novena; número que desde Beethoven tiene connotaciones casi místicas, más aún si se convirtió en una barrera que no pudieron traspasar ni el genio de Bonn, Schubert, Bruckner, Dvorák... y el mismo Mahler, pues su Décima Sinfonía quedaría inconclusa.

La partitura estuvo lista en 1910, pero no se estrenaría hasta después de la muerte de Mahler, en Junio de 1912 por la Orquesta Filarmónica de Viena, dirigida por uno de los discípulos del compositor y uno de los grandes nombres de la dirección orquestal del siglo XX: Bruno Walter.

Mahler plantea nuevamente el conflicto en esta partitura, aunque en forma muy diferente a como lo hizo en obras anteriores, especialmente en la Sexta Sinfonía, considerada junto con la Novena, como lo mejor de su producción. En este caso, es un enfrentamiento a nivel más espiritual, si se quiere, sin aspavientos y con un itinerario que lleva hasta la más profunda resignación y paz. Esta obra ha sido comparada con la "Patética" de Tchaikovsky, a pesar de la gran diferencia de los lenguajes musicales de ambos compositores; sin embargo, el planteamiento es muy similar: dos adagios como movimientos extremos, con un vals y un scherzo en medio de ellos. Desde luego, Mahler muy bien pudo tomar el ejemplo de la última sinfonía de Tchaikovsky, compuesta más de una década antes, pero únicamente para expresar sus propias intenciones, de un modo que asombra y sobrecoge.

El primer movimiento es uno de los mejores fragmentos de Mahler; está lleno de referencias a la muerte, como si fuera un anuncio de lo que Mahler sentía como una realidad muy tangible luego de la muerte de una de sus pequeñas hijas y del descubrimiento de su enfermedad cardíaca, que acabaría con su vida en 1911. A modo de marcha fúnebre, nace desde el un motivo de cuatro notas que llegará hasta el final de la sinfonía; los agudos contrastes entre momentos de tranquilidad y los oscuros y tensos se disipan en una imaginativa coda, llena de magia. Sigue a continuación un Ländler, donde se luce el Mahler vienés, que no olvida la brillantez pero tampoco el sarcasmo; sin embargo es en el Rondó-Burleske donde el sarcasmo mahleriano se muestra en grado sumo, incluso con temas de su tercera sinfonía. El finale es de lo más emotivo, lleno de amargura y dolor, avanzando hacia un final que se presenta como trágico... pero Mahler tiene ya otra visión de las cosas, ha avanzado un paso más allá del dolor y la tragedia, hasta la resignación... con tranquilidad, calmadamente, lleva su obra a disiparse en un adagissimo, con el tema que abrió la sinfonía cerrándola hasta desvanecerse en el silencio que es visto como liberación.

Les dejo los enlaces para la versión de Herbert von Karajan al frente de la Filarmónica de Berlín: